En una lejana ciudad nació un niño que era transparente. Se veía latir su corazón y sus pensamientos, inquietos como los peces de colores en su pecera. Una vez, el niño dijo una mentira, por equivocación, y la gente vio como una bolita de fuego a través de su frente; dijo la verdad y la bolita de fuego desapareció. Durante el resto de su vida no volvió a decir más mentiras. Se llamaba Jaime de Cristal, y todos lo apreciaban por su lealtad.
Un día subió al gobierno de aquel país un feroz dictador y comenzó un periodo de opresiones y de miseria para el pueblo. El que osaba protestar desaparecía sin dejar huella. La gente callaba y aguantaba temerosa de las consecuencias. Pero Jaime no podía callar.
Aunque no abriese la boca, como era transparente, todos leían en su frente sus pensamientos de condena a las injusticias del tirano. Luego, a escondidas, la gente comentaba los pensamientos de Jaime y así renacía en ellos la esperanza. El tirano hizo detener a Jaime de Cristal y ordenó que lo encerraran en la más oscura de las prisiones.
Pero entonces sucedió algo extraordinario. Las paredes de la celda de Jaime se volvieron transparentes, y luego también los muros exteriores de la prisión. La gente que pasaba cerca de la cárcel veía a Jaime sentado en su taburete y continuaban leyendo sus pensamientos. Por la noche, la prisión esparcía una gran luminosidad y el tirano hacía cerrar todas las cortinas de su palacio para no verla, pero ni así conseguía dormir. Incluso estando encarcelado, Jaime de Cristal era más poderoso que él, porque la verdad es más poderosa que cualquier otra cosa, más luminosa que el día, más terrible que el huracán.
Adaptación de Jaime de Cristal, de Gianni Rodari, de su libro Cuentos por Teléfono (Ed. Juventud)
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